Wednesday, April 02, 2008

Democracia y la participación en serio





Santiago, 13 de Septiembre de 2006

Ciertamente que nuestro mundo global interconectado, dista mucho de la cabaña de Henry David Thoreau, aquel viejo precursor de la desobediencia civil. Hoy día nos reconocemos en esta aldea mundial globalizada, diversa multicultural, cosmopolita. En ese reconocimiento de lo diverso está implícito el respeto a la persona humana, que en esencia es igual en su valor humano pero distinta en cuanto a su origen. Justamente en lo diferente está la riqueza de la diversidad cultural, de ahí nace el respeto que debemos tener como individuos a quienes manifiestan participando de las distintas expresiones culturales en un contexto de una sociedad heterogénea.

Vivimos en una sociedad marcada hoy por la política, el mercado y las comunicaciones, repleta de personas distintas cuyos destinos son a veces jugados por el vuelo de una mariposa. Un mundo complejo y frágil, más real y transparente, más abierto y amplio, pero cruel a la hora de la competencia, un mundo con una cultura diversa, múltiple…

En esto quiero coincidir con los sociólogos canadienses Heath y Potter, quienes señalan que “No vivimos en la ‘matriz’, ni tampoco en el ‘espectáculo’. Lo cierto es que el mundo en que vivimos es mucho más prosaico. Consiste en miles de millones de seres humanos -cada uno de ellos con su propio concepto del bie- intentando cooperar con mayor o menos éxito. No hay ningún sistema único, integral que lo abarque todo. No se puede bloquear la cultura porque ‘la cultura’ y el ‘sistema’ no existen como hechos aislados. Lo que hay es un popurrí de instituciones sociales, la mayoría agrupadas provisionalmente que distribuyen las ventajas y desventajas de la cooperación social de un modo a veces justo, pero normalmente muy injusto”

De esta justicia es de la que hablamos cuando aspiramos a reconocer la participación de las personas en democracia.


Estos días se ha levantado una gran polémica (no es lo mismo que discusión) sobre los dichos o no dichos de la Presidenta Bachelet sobre el gobierno ciudadano. Tal polémica artificial y poco conducente, es dada por la carencia en el entender lo que es la democracia en su naturaleza y origen.

La democracia actual es la que entendemos por democracia representativa y por tanto no le caben ningún otro tipo de apellidos, llámese delegativa, participativa, ciudadana, etc. La democracia es en cuanto es y respeta los mínimos de libertades públicas y derechos civiles que a esta se le exigen. Pero la democracia en esencia es un gobierno del pueblo, que son los que participan de la cívitas o sea los ciudadanos.

Sobre la democracia, ya sea el concepto o la práctica, se viene discutiendo desde hace por lo menos dos mil quinientos años, desde que a mediados del siglo VI a.C. se inaugurara en Quios-Grecia. Si bien Quios fue la primera ciudad-estado que experimentó estos cambios, evolucionando hacia una democracia, como forma de gobierno, será en Atenas donde la democracia logra su mayor expresión en aquella época. Hacia el año 507 a.C. los atenienses adoptan un gobierno popular que duraría casi dos siglos más, hasta que fue conquistada por los macedonios, alrededor del año 321 a.C., para luego ser sometida a los romanos. Para los griegos el termino democracia o demokratia, venía de las palabras griegas demos, que es pueblo, y kratos que significa gobierno. Es interesante observar como indistintamente el termino demos se utilizaba para señalar a la gente corriente, incluido los pobres, sin embargo cuando se hacía referencia a la palabra democracia, se estaba indicando peyorativamente a la gente común, por parte de la aristocracia, a quien se había despojado del gobierno. En todo caso para los atenienses y para muchas ciudades-estados griegos, la palabra democracia significaba el gobierno que permitía la participación más amplia de los denominados ciudadanos, vale decir el gobierno ciudadano.

La democracia ateniense, ha sido generalmente expuesta de diferentes formas, e incluso dependiendo de la fuente, se han resaltado una u otra característica, sin embargo la fuente más clara respecto al funcionamiento y orgánica de ésta puede ser encontrada en la oración fúnebre, que se le atribuye a Pericles, dicho discurso redactado probablemente por Tucides, destaca la fuerza política de Atenas. En ésta oración fúnebre se describe a los ciudadanos, como partes y componentes de la creación de una vida común. Los ciudadanos no deberían diferenciarse por rangos o riquezas. El demos, era lo que se entendía por poder soberano, o sea es la autoridad que tiene atribuciones legislativa y judicial. Por tanto el ciudadano puede y debe tomar directamente funciones en la administración de la ciudad-estado.

La democracia ateniense estaba caracterizada por el compromiso, con lo que ellos denominaban, virtud cívica, que era el ocuparse por el estado de la polis, subordinando los asuntos privados a la cuestión pública, o sea la cosa pública estaba por sobre la cosa privada. Esta virtud cívica sólo podía darse en la polis, dado que sólo ahí la ética y la política se podían conjugar para consagrar la virtud cívica.

Otra fuente que describe notablemente la antigua democracia griega, es la obra de Aristóteles, La Política (realizada entre el 335 y el 323 a.C.), expone y explica el funcionamiento de dicho régimen de gobierno, lo que no significa una defensa de este.

La democracia, según se describe, se caracteriza por conjugar la igualdad con la libertad, en otras palabras la democracia clásica necesariamente implica libertad y ésta por su parte requiere de la igualdad para poder desarrollare plenamente, fue este uno de los argumentos de Aristóteles, que lo llevó a cuestionar este tipo de gobierno.

Se inaugura en ésta época el homo politicus, cuyo ideal era ser ciudadano poseedor de la virtud cívica, la que se conseguía a través de la acción política. La acción política se llevaba a cabo en la ciudad y su plenitud era la participación de este homo politicus o ciudadano en el Kratos o gobierno.

Bueno, desde ahí viene el tan cuestionado gobierno ciudadano, que si bien era en su tiempo la denominada democracia directa y hoy es la que conocemos como representativa, en su espíritu y naturaleza la democracia es el gobierno ciudadano, el que existe cuando la democracia de expresa en plenitud, como es el caso de Chile.

Ya que hemos develado lo que significa democracia, que no es más ni menos que gobierno ciudadano, permítanme adentrarme en la cuestión de la participación y las expresiones de convulsión social que hemos visto estos últimos meses, sobre todo después que viéramos como una bomba molotov se prendía a la Moneda y por qué se explica este fenómeno…

Hasta cuando, era la frase de varios transeúntes con los que me cruzaba por la Alameda la noche del 11 de septiembre y que, sin poder tomar las micros que los llevarían a sus casas, caminaban indignados y resignados a que un grupo de violentos no les permitiera arribar pronto a su hogar. Luego, la mañana del día siguiente, todo era desolación por donde las hordas de vándalos habían pasado.

La imagen que hemos proyectado estos días hacia el mundo y hacia nosotros mismos, es la de un país desintegrado, donde la modernidad y los beneficios de ésta, no han llegado a todos. Por lo mismo, esta modernidad al ser más abierta, transparenta nuestras diferencias y carencias.

Del Chile provinciano, incomunicado y de regiones con número pasamos a un Chile globalizado, con acuerdos comerciales, con Internet, TV basura de los realities y programas del patético Jetset criollo.

Del Chile aislado e incomunicado de los 80s pasamos al país que crece más que ninguno en América Latina, con BMWs, Porches, Mercedes en las calles, pero también de triciclos de cartoneros.

Del Chile autoritario, pasamos al Chile de la libertad, donde expresarse no es delito.

Del Chile anónimo, pasamos a un Chile que se observa y se recorre por las micros amarillas y por el postergado Transantiago.

La modernización trajo un Chile más prospero, pero esa prosperidad que es posible ver por las vidrieras en los televisores de plasma, no llega a los los campos ni a los barrios periféricos de las ciudades de Chile, especialmente Santiago y eso claro que es frustrante. En definitiva tenemos libertad, pero como señala Gerald Allan Cohen, ésta no es real y plena cuando las diferencias sociales son extremas en ciertos sectores de la población, vale decir, la carencia de recursos va en contra de la posibilidad de contar con grados de libertad creciente. En este sentido, la pobreza, entendida como falta o carencia de dinero, constituye una amenaza para la libertad, sin embargo, aún cuando este planteamiento pareciera ser válido cabría preguntarse; sí, la falta de dinero, es falta de libertad, como sostiene con vehemencia Cohen, entonces yo me pregunto; ¿Cuánto dinero se necesita para ser realmente libre? ¿Cuánto es el mínimo para comenzar a ser un poco libre? Sin embargo, estoy cierto que la carencia total de medios y de un mínimo para vivir, atentan contra la libertad de las personas. No obstante, lo que más genera escasez de libertad es la diferencia que se da respeto del acceso a los bienes que tienen las personas. Esto es, la ya conocida discusión de la distribución de los ingresos, que en Chile escandalosamente es una de las más injustas del mundo. Por tanto, tenemos una sociedad moderna, libre en su institucionalidad pero injusta en cuanto al acceso a ella.

Esto por ningún motivo justifica el vandalismo del 11 de septiembre, dado que la violencia expresada en esa jornada se explica por distintas circunstancias. Existe desafección por parte de sectores sociales hacia el sistema actual, a pesar de ello, su protesta es pacífica y por las vías que la democracia otorga, que dice relación con la organización y participación en los cuerpos intermedios. Esto nos demostraron unos pobladores de Peñalolen, que el mismo 11 de septiembre defendieron toda la noche su consultorio, para que los encapuchados no lo destrozaran.

Quienes salen a destruir y a disparar, no lo hacen por la deficiencia de libertad que poseen, ni por defender a los pobres de Chile, lo hacen porque su comportamiento desestructurado y sin compromiso a ideas o movimientos les permite destruir, sabiendo que la sanción social se diluye, que los juzgados no los constreñirán de libertad y que la conciencia colectiva olvidará rápidamente a esta horda de asaltantes, pero por sobre todo, su reacción es una validación en su grupo, su colectivo, su tribu urbana, que no reprueba estas acciones, las valida e incluso las justifica, como también algunos movimientos de izquierda. En definitiva, esta acción se convierte en una actividad cool y con baja sanción social, incluso familiar, como señalan los sociólogos canadienses Heath y Potter, hoy día “revelarse vende”.

Una manera de enfrentar el terrorismo urbano, que vimos esa jornada, es apoyando a quienes, a pesar de haber sido excluidos de importantes grados de libertad –como los pobladores de Peñalolén que defendieron su consultorio- participan del lado amable de la modernidad y no quieren ver Chile con una molotov en La Moneda.

La primera parte expuse sobre la democracia como expresión de gobierno ciudadano, la segunda decía relación con las causas de la participación violenta en la democracia. Si se ha seguido con atención ambos argumentos, nos daremos cuenta que la democracia en este país dan las condiciones necesarias para la ciudadanía pueda participar y expresarse, pero depende de nosotros utilizar la participación como una forma de profundizar la democracia de mejorarla en cuanto a su calidad e intensidad.

La participación no es teórica, sino que es el alma de la democracia y sin esta este régimen no puede existir. En este sentido, quiero tomar las palabras de la filósofa alemana Hannah Arendt, quien señala justamente respecto a este punto, que: “La democracia debe ofrecer oportunidades para que las personas se establezcan como ciudadanos”, o sea como participantes de la democracia.




Andres Jouannet V.
Doctor en Ciencia Política
Universidad de Heidelberg

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