Wednesday, April 02, 2008

Revelarse vende




Santiago 15 de Septiembre de 2006


Hasta cuando, era la frase de varios transeúntes con los que me cruzaba por la Alameda la noche del 11 de septiembre y que, sin poder tomar las micros que los llevarían a sus casas, caminaban indignados y resignados a que un grupo de violentos no les permitiera arribar pronto a su hogar. Luego, la mañana del día siguiente, todo era desolación por donde las hordas de vándalos habían pasado.
La imagen que hemos proyectado estos días hacia el mundo y hacia nosotros mismos, es la de un país desintegrado, donde la modernidad y los beneficios de ésta, no han llegado a todos. Por lo mismo, esta modernidad al ser más abierta, transparenta nuestras diferencias y carencias. Del Chile provinciano, incomunicado y de regiones con número pasamos a un Chile globalizado, con acuerdos comerciales, con Internet, TV basura de los realities y programas del patético Jetset criollo. Del Chile aislado e incomunicado de los 80s pasamos al país que crece más que ninguno en América Latina, con BMWs, Porches, Mercedes en las calles, pero también de triciclos de cartoneros. Del Chile autoritario, pasamos al Chile de la libertad, donde expresarse no es delito. Del Chile anónimo, pasamos a un Chile que se observa y se recorre por las micros amarillas y por el postergado Transantiago.
La modernización trajo un Chile más prospero, pero esa prosperidad que es posible ver por las vidrieras en los televisores de plasma, no llega a los barrios periféricos de las ciudades de Chile, especialmente Santiago y eso claro que es frustrante. En definitiva tenemos libertad, pero como señala Gerald Allan Cohen, ésta no es real y plena cuando las diferencias sociales son extremas en ciertos sectores de la población, vale decir, la carencia de recursos va en contra de la posibilidad de contar con grados de libertad creciente. En este sentido, la pobreza, entendida como falta o carencia de dinero, constituye una amenaza para la libertad, sin embargo, aún cuando este planteamiento pareciera ser válido cabría preguntarse; sí, la falta de dinero, es falta de libertad, como sostiene con vehemencia Cohen, entonces yo me pregunto; ¿Cuánto dinero se necesita para ser realmente libre? ¿Cuánto es el mínimo para comenzar a ser un poco libre? Sin embargo, estoy cierto que la carencia total de medios y de un mínimo para vivir, atentan contra la libertad de las personas. No obstante, lo que más genera escasez de libertad es la diferencia que se da respeto del acceso a los bienes que tienen las personas. Esto es la ya conocida discusión de la distribución de los ingresos, que en Chile escandalosamente es una de las más injustas del mundo. Por tanto, tenemos una sociedad moderna, libre en su institucionalidad pero injusta en cuanto al acceso a ella.
Esto por ningún motivo justifica el vandalismo del 11 de septiembre, dado que la violencia expresada en esa jornada se explica por distintas circunstancias. Existe desafección por parte de sectores sociales hacia el sistema actual, a pesar de ello, su protesta es pacífica y por las vías que la democracia otorga, que dice relación con la organización y participación en los cuerpos intermedios. Esto nos demostraron unos pobladores de Peñalolen, que el mismo 11 de septiembre defendieron toda la noche su consultorio, para que los encapuchados no lo destrozaran. Quienes salen a destruir y a disparar, no lo hacen por la deficiencia de libertad que poseen, ni por defender a los pobres de Chile, lo hacen porque su comportamiento desestructurado y sin compromiso a ideas o movimientos les permite destruir, sabiendo que la sanción social se diluye, que los juzgados no los constreñirán de libertad y que la conciencia colectiva olvidará rápidamente a esta horda de asaltantes, pero por sobre todo, su reacción es una validación en su grupo, su colectivo, su tribu urbana, que no reprueba estas acciones, las valida e incluso las justifica, como también algunos movimientos de izquierda. En definitiva, esta acción se convierte en una actividad cool y con baja sanción social, incluso familiar, como señalan los sociólogos canadienses Heath y Potter, hoy día “rebelarse vende”.
Una manera de enfrentar el terrorismo urbano, que vimos esa jornada, es apoyando a quienes, a pesar de haber sido excluidos de importantes grados de libertad –como los pobladores de Peñalolén que defendieron su consultorio- participan del lado amable de la modernidad y no quieren ver Chile con una molotov en La Moneda.

Andres Jouannet V.
Dr. en Ciencia Política
Universidad de Heidelberg

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