Friday, April 13, 2007

La ciudad de las caras tristes


Por Fernando Ubiergo, cantautor

Santiago experimenta dramáticas consecuencias por la implementación de un sistema de transporte público que no ha funcionado. Probablemente el más evidente y doloroso fracaso de una política ciudadana en los gobiernos de la concertación, al menos, en su partida. Es este lamentable suceso el que me hace reflexionar sobre la ciudad, que acusa las grandes transformaciones económicas, sociales y culturales que ha sufrido el país en las últimas décadas. De algún modo el Transantiago asoma como la cara visible de cambios más profundos que intento comprender.La capital triplicó su número de habitantes en menos de cincuenta años y se derramó vertiginosamente por el encajonado valle. Un desarrollo casi siempre inducido o provocado por la especulación que implacablemente fue acentuando el carácter segregado de la ciudad extendiéndola entre vallecitos y pliegues cordilleranos para los ciudadanos más prósperos económicamente, autopistas incluidas, con barrios dotados de infraestructuras propias del primer mundo pero cohabitando a tiro de cañón con el hacinamiento social al que por distintas razones han sido sometidas generaciones de familias chilenas, apiñadas en las mal llamadas “soluciones habitacionales”; construcciones y urbanizaciones bosquejadas por décadas sin estimar el impacto social que tendrían sobre miles de familias que hoy viven en condiciones muy precarias, aunque para la estadística califiquen por sobre “ la línea de pobreza”.Es un hecho que la administración que asume se empeña en superar el número de “soluciones habitacionales” del mandato anterior, con más atención en la cifra que en el habitante, más en la cantidad que en la calidad, contribuyendo así a la formación periférica de un tejido social complejo, donde la falta de espacio; la promiscuidad y la creciente violencia llegan a un punto crítico que afecta severamente la convivencia, la salud mental y la felicidad de tantos seres humanos, especialmente los más pobres.Y aunque el impacto de estas políticas se deja ver, sus efectos sociales no siempre son cuantificables. Sin duda estos problemas que hoy afectan a amplios sectores de la ciudad; como pobreza, inseguridad, largos desplazamientos, falta de expectativas, dan paso al resentimiento, a la agresividad, creando condiciones para la degradación del tejido social, caldo de cultivo de actividades delincuenciales que tienen a muchas familias durmiendo bajo las balas locas. Estos son males propios de las grandes ciudades pensara alguien. Es posible que así sea, lo que no implica aceptarlo y renunciar al asombro.Sin embargo miles de jóvenes estudiantes y trabajadores siguen partiendo a la gran metrópoli buscando la oportunidad que en su lugar de origen no encuentran. Si hasta al Congreso se lo quiere trasladar, mala señal, pero creo entender a quienes lo intentan, pues sienten que fuera de Santiago están fuera de todo. Es como si el país, del Arrayán al túnel Lo Prado, deslindará con Chacabuco por el norte y Angostura de Paine por el sur. La mirada corta, estrecha, cómoda y, peor aún , la ausencia de un plan territorial de desarrollo que debería empezar por detener el infeliz crecimiento de una ciudad que concentra casi al 40% de la población del país y que traga como agujero negro muchos de los recursos generados en las regiones, destinados tantas veces a resolver los nudos de la infraestructura y los problemas propios de una urbe bajo permanente amenaza de colapso, ¿y todo esto para qué? Para seguir acumulando estrés y construyendo ghettos para miles. Seis millones de vidas humanas en poco más de 100 kilómetros cuadrados; cabizbajas, disputándose el aire polucionado con las industrias y un millón y medio de motores entre angostas calles llenas de “eventos”.Parece que es esencial desarrollar e implementar el estudio de un plan maestro, una política de desarrollo urbano diferenciado a nivel nacional que reconquiste y optimice el uso y desarrollo del territorio a partir de las características propias de cada zona o región, considerando los inminentes cambios climáticos globales y la exploración de energías renovables y sustentables. Un ejemplo cercano de espacios despoblados; desde San Antonio hasta Concepción por la costa hay 500 kilómetros y un sóolo asentamiento humano que bordea los 50.000 habitantes (Constitución). Desde la bahía de Valparaíso hasta la de Coquimbo, ni un solo poblado que supere los 15.000 habitantes en otros 500 kilómetros de parajes costeros, caseríos, afluentes, desembocaduras, fauna, humedales, islotes, playas, acantilados, caletas, bosques, arrecifes, flora, peces y mucho oxígeno.Por qué no imaginar y crear gradualmente espacios para el desarrollo, a escala humana, donde las jóvenes familias chilenas puedan vivir en un entorno más amable. Implementando fuentes de energía limpias, con soluciones que consideren el bienestar y la felicidad de las personas como un fin en si mismo.El territorio tiene el potencial, pero hace falta una nueva forma de mirarlo, de mirarnos. ¿Cómo hacerlo? Bueno, no soy un experto, soy un músico, no sé construir puentes pero puedo soñar, alguien debe hacerlo. Entonces implementaría toda forma posible de estímulos a la inversión, subsidios, exenciones tributarias, asignaciones de zona etc. relocalizando industrias, desplazando servicios, organismos públicos y empresas por áreas productivas relacionadas. Crearía polos de desarrollo en zonas que permitan un crecimiento armónico con el entorno, considerando los potenciales de cada lugar. Me cuesta aceptar que el desarrollo obligue a la gente a vivir enjaulada o que gran parte de los niños de Santiago no conozcan el mar. Somos un territorio mal habitado, desconocido para la mayoría, tenemos miles de kilómetros de costa, regiones completas casi deshabitadas. Y también hay muchos profesionales talentosos y visionarios que en una acción interdisciplinaria pueden sugerir los proyectos innovadores que las nuevas generaciones demandan. Pero a mi pesar, pongo los pies en el suelo nuevamente, siendo realista creo que nada de lo que imagino será posible bajo la enrarecida atmósfera de la política chilena, casi siempre atrincherada y cortoplacista, confundida en los caciquismos y egoísmos históricos. El país y los desafíos hoy demandan mentes abiertas, generosas y emprendedoras y, como en el pedir no hay engaño, estimo urgente un cambio al interior de la tienda política, un giro audaz en busca de servidores públicos con amplios horizontes, con sabiduría y generosidad a toda prueba, terminando con el chasquillismo lamentable, una práctica impropia que seguirá ocupando los escritorios del poder mientras sobreviva la concepción utilitaria del partido-agencia de empleo. Es una cuestión que deberían asumir con franqueza y valentía todas las corrientes políticas que hace un rato largo se alejaron del ciudadano común. Vivimos una época extremadamente compleja, donde el futuro ya no parece un lugar tan cierto. Por lo mismo, este tiempo requiere cambios profundos en este ámbito tan relevante para el futuro de todos. Necesitamos un sueño como país, algo cierto en que creer para rescatarnos de la tristeza ambiental y para que Santiago deje de ser "La ciudad de las caras tristes".